lunes, 2 de febrero de 2009

El sitio de mi recreo

Hoy por ser lunes y por sentirme tan mal conmigo mismo después de no haber dado un palo al agua en todo el día, voy a trasladar mi mente a aquellos momentos de mi vida en que todo salía bien. No es porque me tienda a quedar con lo bueno, es así; todo salía bien.

¿Por qué? Supongo que por un cúmulo de cosas: la compañía (los de siempre y espero que por mucho años), la edad (nuestra preadolescencia) y los lugares de la época. De esto último es precisamente de lo que quería hablar.

Fueron tres los lugares pisoteados por nuestros primeros pasos: el caseto, el callejón y el conservatorio. Evidentemente en una ciudad tan pequeña como Santander anduvimos prácticamente por todas las esquinas, pero esos tres lugares fueron el índice al que acudir en caso de duda.

El caseto es para mi sinónimo de diccionario académico, de génesis, de Constitución. Era y sigue siendo una cantera abandonada, cercana a mi casa, a la que acudía en un principio con mis mentores y más tarde con mis amigos.

A lo que nos referimos con 'caseto' es a una especie de hueco que queda en la parte superior de unos bloques de ladrillos que forman un cubo enorme. Díficil de ver, lo sé. Ya sacaré alguna foto.

Lo que hacíamos allí era muy simple: beber, fumar y reír. Mientras la adolescencia nos esperaba con los brazos abiertos. Lástima que yo cuando aquello tenía doce años y quedaba un largo y duro camino. No me arrepiento y, por eso hablo sobre este lugar al que tantas veces hemos querido volver. Allí fumé mi primer porro, bebí mis primeros litros de kalimocho, vomité, discutí,...  Siempre ocupará un lugar privilegiado en mi memoria.

No había mujeres, todavía no. Alguna vez lloré por niñas que no me hacían caso, pero no me causó ningún trauma, no tengo ese sentimiento presente. Fue el inicio de la droga, del 'apaleao', el 'talego', el llamar desde la portilla a mi madre para decirle que me quedaba a dormir en casa de alguno de mis mentores, con los ojos inyectados en sangre. Ahora lo pienso y si yo fuese padre, no me podría imaginar a mi hijo colocado a los doce años. Me chocaría.

Allí también experimentábamos. El 'cloretilo' por ejemplo; una auténtica guarrada que me congeló el cerebro durante unos instantes, lo suficiente para estar escribiendo esto ahora mismo. El frasco nos duró una tarde y así con el paso inevitable del tiempo, el caseto se fue transformando en su primera etapa; desvaneciendo más adelante, para terminar desintegrándose. 


Llegaron los fines de semana anclados a la botella de dos litros, siempre y sin excepción. Los suspensos, los marrones en casa, las 'semadas', el 'que yo no fumo', 'que yo no bebo', 'que me dejes en paz',... Todo se unió a nuestro mayor hobby en tercero y cuarto de la ESO, que no era otro que ir a comer allí para regresar a clase borrachos como cubas. Nos quedaba muy cerca y ya nos sabíamos víctimas de la LOGSE.

Las chicas empezaron a ocupar un lugar en nuestras ideas erróneas. Nuestra carrera criminal no se hizo esperar, los conflictos, la policía,... todo esto sin bajarnos de la cresta de la ola. Hasta que al final, por una cosa u otra como dije, se desintegró.

To be continued...

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