miércoles, 4 de febrero de 2009

El sitio de mi recreo (3)

Con los primeros pelos en la barba y sintiéndonos los reyes del mambo empezamos a parar asiduamente en el callejón de San Matías. Lugar de culto al 'peta', a las conversaciones filosóficas y a los sueños que no se cumplieron.

En cierto modo eran dos lugares separados por unos treinta metros y con una leve pendiente entre los mismos, visibles recíprocamente. La zona baja, fue el primer lugar de afincamiento y se componía de unas escaleras bastante cómodas a la par que espaciosas y una barandilla. El primer recuerdo que se me viene a la mente es estar bajando por la acera montado en un carrito de la compra y agarrarme a esa barandilla para frenar. El resto de la historia os la puede contar mi rabadilla.


Qué decir; siempre tuve la sensación de que vivíamos allí, de que hacíamos guardias, pues alguno de nosotros estaba presente en cualquier momento del día. Además, teníamos el monopolio del barrio: la tienda de gominolas, cuyo nombre me reservo, que nos servía de despensa (no precisamente para guardar comida), futbolín en el bar de la esquina (que ya no existe), domingos de fútbol asegurado y mucho respeto. 'Respecto' mejor dicho.

Aquí conocí a la segunda oleada de personas que a la postre serían mis amigos. Todo coincidió con la ascensión de los treinta metros que separaba la zona baja de la alta que antes mencionaba. Hablándolo hace unos meses con cierto amigo, coincidimos en que el cambio también produjo la escisión de una parte del grupo: las mujeres. Con las que hasta la fecha habíamos mantenido una férrea amistad no privada de noviazgos en algunos casos. 


Como en cualquier lugar que nos sueltan, en este barrio nos hicimos notar al poco tiempo. Somos becerros por naturaleza y esto se tradujo en redadas policiales casi a diario. No es de extrañar: vendíamos, comprábamos, manejábamos al fin y al cabo. La frase de moda era: Mira a ver si vienen.  No me refiero a mis primos de Cuenca, evidentemente.

También ocurrieron cosas curiosas como el día que bebiendo cuatro personas en la calle, solo multaron a dos; o aquel mítico Día de los Inocentes que multaron a Teo y se celebró por todo lo alto en el 'Peter' con una torre de cachis que llegaba al techo (es una exageración). El secreta que se la jugó a Ruli cuando se subió al techo de un coche en un momento de locura transitoria. Los abrazos que nos dábamos cuando llegaba Esteban (nuestro camello) y por fin podíamos subir al conservatorio a fumar (tercer lugar del que tengo que hablar).



En fin... infinidad de situaciones curiosas y cómicas, como la de Juanín diciéndole a Kikins que se hiciese un peta mientras nos registraba la secreta. Podría escribir una Biblia. En aquellos tiempos pensábamos que el callejón significaba un día perdido pero, lejos de la realidad allí aprendimos muchas cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario