lunes, 16 de noviembre de 2009

Donde Cristo dio las tres voces

Allá donde Cristo perdió las chanclas, el mechero o la dignidad, se encontraba mi padre hará unos quince años tomándose una cerveza. Era una antigua cantina, pequeña y bien regentada por un hombre de gesto serio y mirada amenazante, en un pueblo incomunicado al que llegó a través de un camino de cabras, con el peor de los climas invernales.

Si alguien recuerda Tresviso hace años, cuando no existía la conexión por carretera con Sotres, pues esto es parecido. Tiene carretera, sí; pero son 23 km en los que sólo cabe un coche por unas cornisas que prefiero no ver nevadas en mi vida.

Allí sentado, cerca de la chimenea, mi padre observaba atento cómo el cantinero servía comidas típicas de la región del Bierzo y cómo trataba con un carácter seco a los clientes/turistas que habían osado entrar en su territorio. Muy a su pesar aquel lugar se había convertido en la Torre Eiffel, el Taj Mahal o las Pirámides del noroeste de la provincia de León (más tarde, cuando levantó el día mi padre se dio cuenta del porqué).

Pero antes de terminar la cerveza, aquel hombre rudo clavó la mirada en mi padre, que no sabía dónde meterse. Pude haberme quedado huérfano de padre a los 7 años, así que imaginad cómo es este señor: de nombre Paco y unos 120 kilos, cuchillo jamonero, y especialidad en distribuir las mesas con una rapidez innata. Usted aquí y usted allá. Punto.

De todas formas os recuerdo esto, para qué veáis que no exagero cuando digo que Paco llevaba al mismísimo demonio en la sangre, y que fue capaz de acojonar a un experimentado boina verde.

- Usted! -Escupió Paco con fiereza animal-. ¿Qué pone en su camiseta?

Mi padre llevaba una camiseta roída y sudada, parecida a las de la Carrera Popular de Pryca de hace años, sólo que en ésta aparecía el nombre de mi pueblo, con motivo de las fiestas de nuestro Santo patrón. Lo leyó a duras penas viéndose señalado por el cuchillo con el que partía la cecina cual mantequilla...

- Allí hizo la 'mili' mi cuñado, y estoy hasta los cojones de las historias de un pueblo que ni siquiera conozco. Así que le voy a llamar ahora mismo para que venga y se las cuente a usted -sentenció-.

Así que Paco llamó a su cuñado, un hombre criado entre el campo y las minas que, efectivamente había hecho la 'mili' en mi pueblo, en el año 46' d.C., y que recordaba todo con el más mínimo detalle. Sobre todo cómo sus oficiales le mataban de hambre, en los tres meses que duró allí en el campamento.

Mi padre comentó entonces al viejo y a un Paco ya integrado y dócil, que la coincidencia iba más allá de todo esto, pues en esas tierras sólo se hizo la 'mili' durante un año, el 46'. Además, se comprometió a volver y traerle al viejo las fotos que se hicieron durante esa época (mi padre es el clásico cacique que tiene toda la documentación, trapos sucios y fotos que se han hecho a lo largo de la historia en el pueblo).

Salió del bar con el día ya despejado. Miro alrededor y vio el porqué de la afluencia turística; gracias a Dios es tan inaccesible este pueblo, se dijo. Y regresó tantas veces como pudo, con las fotos y las historias, hasta que me llevó a mi por primera vez y ahora entiendo porqué Peñalba de Santiago, en pleno Valle del Silencio, enamoró a mi padre. Conocí al viejo y a Paco, que era más burro que un arado, pero más bueno que el pan, y su cecina, que desde aquello llega en cantidades industriales a mi casa.

lunes, 9 de noviembre de 2009