jueves, 26 de febrero de 2009

El sitio de mi recreo (4)

Lo había dejado en el callejón, un lugar que alternábamos con el Conservatorio de Música, del que hablaré hoy:

Empezaré diciendo que a estas alturas de la vida nuestros antecedentes nos delataban y, por ello, éramos víctimas de redadas cada fin de semana. Pero lejos de movernos de aquel lugar de fantasía y perdición, cada día se congregaba más gente y más ruidosa.

Cuando la policía aparecía, la huída se llevaba a cabo siempre de la misma forma. Tan sólo había que seguir dos pasos fundamentales. Esperar a que alguien formulase la pregunta... ¿corremos? y si alguien corría, tú no ibas a ser menos. Otras veces nos quedábamos quietos, como si los policías fueran Tyrannosaurus Rex y no nos vieran a veinticinco metros. Idioteces de la adolescencia.

Podéis aprovechar para respirar hondo, pues en este lugar y detrás de un árbol, perdí la virginidad y lo volvería a hacer una y mil veces. Sí, era un parque y como tal, estaba situado al aire libre. Alrededor había pisos, aunque a cierta distancia, por lo que recuerdo, también gente bebiendo en el fondo sur. Nadie nos vio y fue maravilloso, por eso tengo un recuerdo especial del Conservatorio. Ays! Juventud, divino tesoro...

En mi recuerdo, el tiempo en esta etapa se condensa. Gitanos, vándalos, alanos, visigodos, celtas... ese parque era un confluir de gentes, de buenas y malas gentes, que perdidas se habían reunido en ese punto, no exento de batallas por su domino.

Sin embargo, aunque hemos sufrido diversos ataques, nunca hemos llegado a desaparecer por completo. Si algo nos quitó terreno, fue la división del parque en dos zonas, pero es algo que recuperamos con el garito, nuestro presente. Por cierto, acabo de recordar un vídeo...



Esa verja es la división del parque de la que hablaba. Historias hay miles, sólo hay que ponerse a recordar... pero os adelanto que no hay nada que allí no se haya hecho. 

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