lunes, 17 de enero de 2011

India Report V

Amanecía dentro de un coche que olía a choto. El cuerpo anquilosado después de tantísimos kilómetros. En cuestión de horas el paisaje había cambiado a una velocidad vertiginosa. Nos adentrábamos en las estribaciones del Himalaya y la fauna y la flora proliferaban, así como las religiones.
Recuerdo que Christian recibía constantes llamadas de su jefe desde Delhi. Nos quería cobrar un plus por el aire acondicionado del vehículo. El pobre metecato fue objeto de burla hasta que llegamos. Hombre, ya estaba bien. Nos habían timado todo lo que habían querido, pero una y no más. Al menos eso es lo que pensábamos.
A 25 km del destino, pasando por Haridwar, la motivación era absoluta. Desde ahí vi el Ganges por primera vez (qué río tan sagrado y tan lleno de mierda). Es curioso porque nos encontrábamos relativamente cerca de su nacimiento, pero ni con esas. Marrón excremento. También vimos los primeros monos. Qué simpáticos parecían desde el coche los hijosdeputa...!
Fuimos ascendiendo por la ribera hasta que llegamos a Rishikesh, la capital mundial del yoga. Todo en ese pueblecillo está orientado a los 'ashram', lugares de meditación y enseñanza hinduísta. Claro, nosotros encantados. Paz y tranquilidad necesaria, viniendo de una ciudad de catorce millones de habitantes. El lugar prometía y no hablo sólo dentro de la legalidad.

Christian nos soltó en mitad del pueblo, cerca de Lakshman Jula, un enorme puente colgante de hierro que separaba las dos partes de la ciudad. La gente nos miraba, creo que seguíamos pareciendo igual de pardillos que el primer día. Ciertamente, nada más bajarnos del coche, desembalamos las mochilas que seguían incluso con las etiquetas de Barajas y como es obvio se nos echaron encima. Allí, dejamos plantado al que fue nuestro primer chófer. Le dejamos propina con la condición de que se lo quedase él, que no se lo diese a sus malvados jefes. Finalmente no sé lo que haría, pero vaya cara de panoli tenía el cabrón.
Después de zafarnos de todos los acosadores, nos dedicamos a escoger hostal ante una oferta abundante. El elegido fue uno con vistas al Ganges, puente incluído, regentado por un hombre cuya condición sexual se encontraba en entredicho. El tío movía, se le notaba a la legua. No me refiero a su culito sexy, sino a la mandanga.
Recuerdo cómo nos prohibimos antes de embarcar en esta aventura cualquier tipo de sustancia estupefaciente que nos pudiera perjudicar gravemente. Las cárceles de allí no deben ser de lo más acogedor. Sin embargo, tercer día en la India y zasca! 'Charas' lo llamaban. Bueno, bonito y barato. Qué más se puede pedir?
Lejos quedaba ya el mundanal ruído y el tráfico intenso. Ahora solo nuestra terraza, las vistas y buena compañía (la de los monos entre otros).


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