miércoles, 12 de enero de 2011

India Report II

De repente los taxis pararon en un callejón sin salida y los conductores se pusieron a discutir. Sobre qué, no teníamos ni idea, el hindi nos quedaba y nos queda muy lejos. Empezaron los nervios y las dificultades del idioma. Un corro de gente se iba apelotonando alrededor de los vehículos. Las miradas de allí, al menos el primer día, no inspiran confianza.
Suena catastrofista, pero yo me veía en bragas en sólo diez minutos en ese país y a ocho mil kilómetros de casa. Nos hablábamos a gritos desde las ventanillas. Qué hacemos? Volver al aeropuerto? Queríamos salir de allí. Los lugareños comentaban la situación con los taxistas; les decían que el hotel al que queríamos ir estaba cerrado por obras. A todo esto, supuestamente era una de las calles principales de Nueva Delhi. Cortada por una barricada de escombro? Sonaba a chino.
Así que siendo la comidilla de todo un barrio, decidimos ir a la estación de tren y allí reservar los billetes para el día siguiente, que nos sacarían de aquella agonía, de aquel shock inicial que se antojaba eterno.


No iba a ser tan fácil. Nos animábamos entre todos. Lo que veíamos no podía ser nuestro viaje, tenía que cambiar de alguna forma, nos exigíamos calma con un nudo en la garganta.
Recuerdo la explanada de la estación. Inmensa. En el suelo trincheras y gente, mucha gente aún durmiendo que parecía muerta. Olía fatal. Eran sólo cien metros andando, pero el tiempo pasaba muy lento. La multitud alborotada con las primeras horas del día, nos avasallaba. Nos ofrecían de todo, pero llegar a la oficina de turismo era el objetivo. Recuerdo mucho ruido. A lo lejos vacas comiendo basura y un sol de justicia.
Dentro del edificio nada cambiaba. Parecía un hospital de campaña. Familias enteras viviendo, si a eso se le puede llamar vivir. Perros callejeros, bebés llorando y un sinfín de cosas que era mejor no mirar. Inanición.
El taxista nos acompañó amablemente hasta la oficina. Por supuesto estaba cerrada. La excusa ya era obvia: está en obras. Como nuestro hotel, como la ciudad, como el infierno en el que habíamos recalado. Y en la puerta, otro paisano hacía de informador. Nos comentó que la oficina de turismo abierta se había trasladado al centro. Acordamos precio con él y los tuk-tuk (una versión motorizada del tradicional rickshaw) cortesía de sus amigos.
En la oficina al fin nos tranquilizamos. Aire acondicionado. Personal amable. Se había acabado la agonía y la tensión por las calles de Delhi. Podíamos reservar un hotel y la vía de escape hacia el norte, para olvidar todo de una tacada. No había trenes disponibles, sólo taxis de ocho plazas, que nos venían como anillo al dedo siendo siete. Así que firmamos y lo dejamos todo pagado.
Vale, recapitulemos. Taxi de prepago, hotel cerrado, estación de tren, colega en la puerta de la oficina, cerrada, mi primo tiene otra oficina abierta en el centro, os llevo, reservar este hotel, es lo único que hay, la ciudad está completamente en obras... Total, creo que es el timo a gran escala más grande que me han hecho en la vida. Caímos como gilipollas, pero sinceramente, no había otra.
Pagamos una morterada por reservar aquel taxi y la noche de hotel. Lo tasamos en el 10% del presupuesto que habíamos calculado desde nuestra ignorancia. Creo que la única verdad era que el hotel al que queríamos ir estaba cerrado (lo supimos más tarde). Por supuesto los taxistas estaban compinchados con el informador de la estación y éste a su vez con la oficina del centro. Y por qué lo sé? Porque al salir de la oficina estaban todos los actores presentes con una sonrisa pícara que nos decía: sí, sois unos pardillos.Justificar a ambos lados

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