miércoles, 12 de enero de 2011

India Report III

Una vez en el hotel, pasó el peligro. Aún así, al principio me costó pisar la calle. Salía hasta el portón de fuera y miraba a ambos lados. No había duda, aquello era la India. No lo estaban dando por la tele. Enfrente un edificio con andamios de bambú y los obreros currando bajo el sol abrasador, entre ellos una niña (la estampa tristemente pasó a ser algo habitual).
Ya dentro, no os podéis imaginar la diferencia de temperatura entre los pasillos, que eran una auténtica sauna y las habitaciones, con aire acondicionado. La siesta se presumía eterna, pensad que llevábamos encima una carga de dos vuelos de varias horas y una mañana bastante movidita por el centro de Nueva Delhi, que no es la Quinta Avenida ni mucho menos.
Algunos fueron a comer por ahí y gracias a ellos recibimos informes satisfactorios sobre la ciudad que nos sirvieron para dejar atrás el miedo y enfrentarnos a la realidad. Esos informes respondían a muchas de las preguntas que se nos iban acumulando.
La principal duda que se planteaba era por qué la ciudad estaba sumida en ese caos y levantada como si de una guerra se tratase. Parece ser que la capital tres meses después sería la sede de los Juegos de la Commonwealth. Vamos, que ni de chiste conseguían reconstruir todo lo que habían reventado. Sus dotes para la construcción no estaban precisamente a la vanguardia. Hablo de fachadas de edificios tiradas a maza...
Resulta que el callejón sin salida donde los taxistas se pusieron a discutir era en realidad una de las calles principales. Me hace gracia, porque allí fuimos a comer recomendados por el primer grupo de valientes y la explicación para llegar al restaurante fue algo así como: 'Desde la avenida principal, metéos por una calle muy estrecha por la que no entraríais en vuestra vida'. Una definición sublime, porque acertamos a la primera.
El viaje en tuk-tuk hacia el restaurante fue la medicina que necesitaba. Quedaba mucho por recorrer pero ya se me iba deshaciendo el nudo en la garganta. Diez minutos en un motocarro como ese y te das cuenta de la locura que tiene la civilización hindú y del peligro al que te enfrentas por la carretera. Todos pitan sin una explicación lógica, quizá para hacer saber al conductor de delante que estás ahí. Pulsan más el claxon que el freno, no exagero. Pero al bajarte has liberado todo el estrés y la tensión acumulada. No tiene precio.
La toma de contacto con la comida fue óptima. Internet y gente occidental, el no va más. Porque claro, ésa es otra, hasta entonces ni rastro de paliduchos. Yo pedí algo picante, por probar. Aunque daba igual, porque poco a poco fuimos comprobando que todo picaba de serie. Varios cortes de luz durante la estancia, resultado de las perfectas instalaciones eléctricas de las que gozaba la ciudad.

Fue un bálsamo. Volvimos al hotel entre risas y por listos nos perdimos. Eso de salir sin la tarjeta del hotel o la dirección apuntada o directamente sin aprenderte la calle, es como en España, que tienes todas las papeletas para perderte. Pero quedó en una anécdota y además así fue como nos dimos cuenta de que la gente se te acerca para ayudarte. El taxista preguntaba a los lugareños y entre ellos hacían una mesa de debate. El panadero le decía al cartero, eso no queda cerca de tu casa? No, eso está al lado de la casa de tu madre. Y así sucesivamente hasta que llegabas a tu destino.
Por la noche, después de tomar un chai (té especiado del que alguno terminó más que enganchado) dimos un paseo por los alrededores del hotel. Llegamos a una avenida con tiendas, restaurantes y luces, algo que impactaba al ver tan oscuro el resto de la ciudad. Descubrimos la esencia de los vendedores ambulantes, algo que nos acompañaría durante la estancia al completo. Como curiosidad, nos topamos con el primer McDonalds y creo que el último. Al ver la carta, sólo comida vegetal. Extraño, verdad? Bueno, allí lo de la carne es jugársela un poco. El calor, los cortes de luz, los frigoríficos y la carne no se llevan del todo bien.

Al final entramos a un restaurante en el que por cuatro perras nos pusimos las botas. Las diferencias sociales en sitios así se hacían patentes. En muchas ocasiones alguien estaba en la puerta controlando a la clientela. Nosotros no teníamos problema alguno. Eres occidental, eres rico.
Y para terminar el día, partidazo. España-Portugal en nuestra habitación del hotel, con unas invitadas de excepción, nuestras vecinas inglesas. Las botellas de ron y whisky del dutyfree rebajadas con agua. El pedo de nuestra vida. Cuando marcó España no sólo se celebró el gol, sino la liberación de sabernos en la India, ya con la cabeza semiasentada y sin el susto en el cuerpo.

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