martes, 11 de enero de 2011

India Report I

Era la tercera vez que visitaba ese edificio, pero en esta ocasión algo había cambiado y estoy convencido de que no era el único que lo pensaba. Los demás también tenían otro gesto en la cara, distinto a la mirada inocente con la que un mes atrás observábamos, no sin respeto, una realidad completamente diferente a la nuestra.
Fue gracioso. Al subirnos al segundo avión, en un trasbordo de vértigo, sabíamos de antemano que nuestras mochilas no iban a llegar con nosotros. De hecho, a pocas horas del aterrizaje en Nueva Delhi, íbamos pensando soluciones al primer gran varapalo. Una de ellas fue coger las mantas que nos proporcionaba la compañía aérea. Grandísima idea.
Y allí nos plantamos. Siete aventureros, con más o menos experiencia en geografía, física, dirección de empresas, ingeniería mecánica, diseño gráfico, fotografía y derecho, que tiempo atrás habíamos señalado un mapa sin saber exáctamente a qué nos enfrentábamos. Lo descubriríamos pronto.
A eso de las cinco de la mañana dentro del aeropuerto, ves un cambio lógico pero no drástico de lo que es la India. Recuerdo el primer impacto de su acento al hablar inglés; en la tele y con subtítulos mucho mejor, creedme. Así que para reclamar las mochilas, tuvimos que hacer un gran esfuerzo de comprensión. Antes de todo eso, las clásicas preguntas de:
-First time in India?
-Yeah!
-Sure?
-Pues claro que sure, gilipollas! Me acordaría, no crees?
Por lo que logramos entender debíamos ir allí al día siguiente, con nuestra hoja firmada y en la oficina de la compañía nos encontraríamos el premio gordo. La cuestión era qué hacer en ese preciso instante, y la prioridad encontrar algún lugar donde descansar. Así que metidos en faena cambiamos nuestros maravillosos euros en rupias, y pasamos a ser asquerosamente ricos en cuestión de segundos.
Con lo puesto salimos del edificio. No tengo ningún diario que me sirva de guía para acordarme de todos los detalles del viaje, lo dejé al tercer día y he perdido los papeles. Seguramente olvide cosas, pero nunca se me olvidará la salida de aquel aeropuerto.
Imaginad la situación: Siete chavales jóvenes, guapos y apuestos, paliduchos en comparación con la muchedumbre, con sonrisas de guiri de oreja a oreja y con nuestras mantas recién 'robadas' del avión. Fue cruzar la puerta y mirar automáticamente todos para arriba buscando una explicación al calor que hacía, como si encima de nuestras cabezas estuvieran apuntándonos los extractores de todo el edificio. Pero no. Eran 42º, ni más ni menos. Ese fue el tiempo que nos acompañaron las mantas; como dije, grandísima idea.
Qué calor. Exagerado. Yo, al menos, nunca había estado a tantos grados. Ni con fiebre! Y la humedad que acompañaba... Todo el santo día como si te hubiesen tirado un cubo de agua caliente, o pis, porque no olíamos muy bien todo sea dicho.
Así que nos pusimos a discutir cómo llegar al centro, leyendo la maravillosa guía Lonely Planet, que tanto nos iba a ayudar a lo largo de todo un mes. Yo al final la acabé odiando, tengo que reconocerlo (ya explicaré por qué). Decidimos coger dos taxis de prepago, para que nos llevasen al hotel que habíamos escogido en pleno centro. Comenzaba la aventura.
Era una especie de Vanette, vieja y sucia como ninguna. El motor a mil revoluciones, las afueras de Delhi, risas y fotos de cada gesto. Nos íbamos adelantando y nos hacíamos muecas por la ventanilla. Carros, vacas, motos con no menos de tres personas a bordo. El taxista también se contagiaba de nuestra ilusión, de la risa nerviosa. Por el lado izquierdo de la carretera sólo se huele el peligro.
Poco a poco las calles se estrechaban. Pasamos de las grandes avenidas (por decirlo de alguna forma) a los barrios más céntricos de una de las ciudades más pobladas del mundo. Todo era nuevo, todo había que conservarlo; pero todo se iba enturbiando y la verdadera realidad nos pegó un bofetón de pleno. La ciudad no era ni mucho menos lo que nos habían advertido, era mil veces peor. Allí no hay pobreza ni miseria. Lo de allí no tiene nombre. Por mucho que te digan, sólo viéndolo te haces a la idea.
La gente dormía en la calle, por todas partes, desnuda, desnutrida. Y nosotros desde aquellos taxis ya no reíamos tanto. Las calles levantadas, literalmente. Como si el día anterior varias bombas hubiesen caído en cada esquina. Parecían barricadas de una guerra sin armisticio. Esa era la realidad. Ahí es donde te acuerdas de la suerte que tienes y de una sensación de intranquilidad, que no llamo miedo por cobardía.


1 comentario:

  1. Si lo sigues haciendo tan bien, igual te le robo casi a diario.

    ResponderEliminar