lunes, 25 de enero de 2010

Perversión y gustos caros

El sábado puse fin a una larga etapa abstemia que se me antojaba eterna. De vez en cuando el hígado tiene que regenerarse y si es clavando codos, mejor que mejor, porque así se matan dos pájaros de un tiro (si se matan...).
Después de un partido en el que entregué el 110% de mi deplorable condición física, la melopea fue terrible. Kalimocho, barato como siempre, y alguna que otra copa variable en número gracias a las lagunas, me hicieron recalar en uno de esos antros donde la cantidad de delincuentes sólo puede verse superada por los 'secretas' que los acechan. Vamos, que el local estaba plagado de universitarios.
Me encontré con algún que otro conocido de épocas ya pasadas. Llevaban escrito en la mirada lo bien que les trató la vida en estos últimos tiempos, e imaginé por un momento que estaban de empalmada desde los quince o dieciocho años, cuando yo también jugaba en su liga.
Realmente me dio pena. Unos veinte cerdos baboseando a la gogó como si fuese un lubina de 2'7 kg recién sacada a subasta en la lonja, el rechinar de los dientes, las niñas sin ropa, con gustos caros y la chulería de alguien que se sabe montada en el Mercedes de su novio; con la cara cruzada y una madre preocupada.
Me quedé sólo por un momento viendo el panorama hasta que se me acercó una chica. No sé si llegaría a los dieciocho años. Con educación me pidió un trago de ron, bebió tranquila y me dio las gracias. Me confesó que me lo había pedido por ser el único 'normal' a su alrededor, que se fiaba de un tío con barba. Yo le lancé una sonrisa picaresca pero lo cierto es que había pensado lo mismo. Lo que ella no pensó es que la próxima vez quizá no tenga tanta suerte. Luego se marchó con los ojos vidriosos pero a tiempo de salir de todo aquello...

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