Alicia despertó de su maravillosa travesía porque unos labios, cubiertos por un fino bigote, rozaron tenuemente los suyos:
-¡El conejo! -gritó alarmada.
El aludido miró a uno y otro lado del prado y como no vio a nadie en las inmediaciones, susurró con picardía:
-Si quieres conocer el verdadero país de las maravillas, te invito a mi apartamento, preciosa... ¿Vienes...?
Armando José Sequera
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