martes, 26 de mayo de 2009

Mentiras arriesgadas

A veces pienso que la gente habla sin demasiada coherencia, intentando buscar palabras para evitar silencios: sólo por eso. De otra forma no me explico la solemne estupidez con que se miente últimamente. Lo que empiezo a tener claro es que aquí sin puños, te apuñalan.

Ya no sé si es por envidia, ese pecado del que nadie se confiesa, o es que el ser humano se halla demasiado ocupado en odiar y en defenderse del odio ajeno, para meditar sobre las causas que nos llevan a él. Empiezo a estar harto de la ridiculez de la gente, su empeño en destacar, en ver y en ser visto...

Parece que todo lo verdaderamente importante acaba pareciendo inútil, todo se minimiza, se desvirtúa; pero recuerdo que yo no hice la guerra, fui su víctima. Y aunque siga pensando que nadie es decididamente bueno o malo: que depende de los momentos, de las circunstancias, de las frustraciones o del miedo, se me hincha la yugular al ver este circo tan triste.

"Nada complace tanto a los que han sufrido humillaciones como compadecer a los causantes de su propia humillación", dijo una sabia. Pero esa forma de mentir para conseguir fines (ese preciado fin de desestabilizarme) ha salido por la culata. O por el culo, quién sabe.

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